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La otra cara de la lluvia

Julia

 

La otra cara de la lluvia

Julia Carabias Lillo  ||  Reforma  ||  06 de marzo 2010

En los primeros días de febrero ocurrió un fenómeno meteorológico natural que consistió en la combinación de una masa de aire frío del norte con una masa húmeda sobre el Pacífico, lo que provocó una inusitada precipitación pluvial en una gran parte del país.

Para dimensionar la magnitud del agua precipitada, bastan los siguientes ejemplos: en El Berro, estado de México, en un solo día, el 3 de febrero, llovió la cantidad de 169 milímetros, casi equivalente a la lluvia promedio en todo el estado durante el mes de julio o el de agosto (los más lluviosos del año); o bien el caso en la delegación Tlalpan, Distrito Federal, en donde, ese mismo día, llovió 96 milímetros, casi 12% de la lluvia anual en el DF; o en El Bosque, Michoacán, en donde la precipitación fue de 144.5 milímetros. Estos datos contrastan con la precipitación promedio de febrero entre 1945 y 2005, la cual, para el estado de Michoacán es de 6.1 y para el DF y el estado de México es de 4.4 milímetros.

Estas tormentas generaron conocidos y severos desastres en varias poblaciones del centro del país. Sin minimizar, en ningún momento, la tragedia en la que aún están inmersos miles de mexicanos, y sumándome al exhorto para reforzar tanto la atención a los damnificados por parte del gobierno, como la solidaridad de la sociedad en su conjunto, considero que es necesario también reflexionar sobre otros impactos de estas lluvias y entender dónde se encuentra hoy una buena parte del volumen de agua precipitada.

Por un lado, el agua está acumulada en los volcanes y en las altas montañas, los cuales, como en pocas ocasiones, hemos visto nevados a partir de los 3 mil 600 metros de altitud aproximadamente. El agua se va derritiendo paulatinamente y, parte de ella, se infiltra en los acuíferos, muchos de ellos sobreexplotados, ayudando a su recarga. Otra parte escurrirá superficialmente durante varias semanas beneficiando a las comunidades aledañas, a las tierras de cultivo y a los ecosistemas naturales.

Las lluvias también han contribuido a la disminución de incendios forestales durante estos meses de enero y febrero. Entre el 1o. de enero y el 25 de febrero se registraron 109 incendios en el país que afectaron una superficie de 610 hectáreas (32, 19 y 2 hectáreas en el DF, en el estado de México y en Michoacán respectivamente). El año pasado, en este mismo periodo, ocurrieron mil 647 incendios que dañaron 11 mil hectáreas.

Por otro lado, el almacenamiento de agua en las presas aumentó notablemente; por ejemplo, en el periodo mencionado anteriormente el incremento en la presa Laguna de Yuriria, en Guanajuato, fue de 145%, el de El Bosque, en Michoacán, de 76% y el de La Victoria, en el estado de México, de 48%.

Asimismo, las tres principales presas del Cutzamala se encuentran a 73% de su capacidad promedio, gracias a lo cual la Conagua decidió la reducción gradual de los cortes al suministro de agua en la Ciudad de México para alcanzar la normalidad en el mes de abril.

Además, es de celebrarse el acuerdo de coordinación de las autoridades responsables de la gestión del agua en el estado de México y en el Distrito Federal con la Conagua. Por primera vez se establece el compromiso del DF y del estado de México de reducir las extracciones subterráneas de pozos, entre 12 y 14 horas diarias y la diferencia del abasto se obtendrá del Sistema Cutzamala. Ésta es una medida esperada desde hace mucho tiempo para evitar seguir sobreexplotando los acuíferos, que debe convertirse en permanente y no sólo aplicarse a causa de las lluvias excesivas como las del pasado febrero. Para ello, es indispensable continuar con la reducción de la demanda de agua, con la reinyección de ésta en el acuífero, con su tratamiento y reciclamiento y con las obras de infraestructura preventivas para evitar futuros desastres.

No es posible aseverar que estas lluvias extraordinarias son la consecuencia directa del cambio climático. Pero sí se puede decir, con un alto grado de certidumbre, que, de continuar las tendencias actuales del cambio climático, estos fenómenos naturales ocurridos durante el mes de febrero de 2010 no serán eventos extraordinarios, sino que formarán parte de la vida cotidiana de las futuras generaciones. Para que estos eventos no se conviertan en desastres y la sociedad pueda coexistir con ellos, es inminente la implementación de las medidas de adaptación comprometidas en el Programa Especial de Cambio Climático.  Una de estas medidas, de gran complejidad e impopularidad, pero absolutamente indispensable, es el ordenamiento territorial para la reubicación de las poblaciones asentadas en zonas de alto riesgo. Existe un mapa elaborado por el INEGI que determina la ubicación de estas zonas y las poblaciones que se encuentran en estas condiciones. Lograr la aplicación de esta difícil medida supone una acción concertada entre el Estado y las poblaciones en riesgo; ofrecerles verdaderas alternativas en áreas seguras y viables económica, social y ambientalmente. Así, en un futuro, una fuerte lluvia será motivo de júbilo y no de pavor o tragedia.

 

 

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