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¿Incapaces de prevenir?

Julia

 

¿Incapaces de prevenir?

Julia Carabias Lillo  ||  Reforma  ||  18 de febrero 2012

La dramática situación por la que atraviesa el país, sobre todo en los estados del norte, centro y oriente, debido a las prolongadas y extremas sequías del otoño e invierno, nos pone de manifiesto, una vez más, la incapacidad que hemos demostrado los mexicanos para prever, planear y adaptarnos. Reaccionamos ante los desastres con solidaridad y con programas especiales pero no sabemos prevenir sus consecuencias. Sin duda, los eventos hidrometeorológicos extremos (sequías o inundaciones) no pueden modificarse, sin embargo, sí podrían disminuir los impactos sociales, ambientales y económicos de éstos, si estuviéramos preparados como sociedad.

Es muy lamentable la tragedia humana que se vive en los estados mencionados, agravada por las dramáticas pérdidas económicas. Pero no debería sorprendernos que las sequías ocurran en las zonas desérticas y semidesérticas; es una condición natural inherente de las regiones norte y centro del país. El problema de fondo es el tipo de desarrollo insustentable y desordenado que se ha promovido en estas regiones y el fomento de tecnologías inadecuadas que no consideran las limitantes ambientales. Esto ha llevado a una irracional ocupación del territorio nacional y al establecimiento de sistemas productivos y actividades económicas confrontados con las condiciones naturales.

Hay que recordar que en el centro, norte y noroeste del país, en donde el agua es un factor limitante (sólo se recibe 32 por ciento de la lluvia), se concentra alrededor de 77 por ciento de la población y 85 por ciento del Producto Interno Bruto. Por ello, prácticamente todos los acuíferos están sobreexplotados. Además, las formas de producción agrícola y ganadera han provocado que los suelos de millones de hectáreas estén salinizados y contaminados con agroquímicos y que los ecosistemas naturales hayan sido transformados, eliminando una buena parte de su flora y fauna nativa, adaptada a estas condiciones de sequía natural. No sobra mencionar los absurdos megadesarrollos turísticos de estas regiones, con sus campos de golf, que consumen inaceptables cantidades de este escaso recurso hídrico vital. En este escenario, no debe asombrar que cuando la precipitación sale de lo normal, ni la sociedad ni la economía lo resisten. Los recursos naturales en estas regiones han llegado a su límite y no queda margen para enfrentar condiciones adversas; es por esto que ocurren los desastres.

Es el modelo de desarrollo que ha seguido el país lo que realmente está en crisis, y que se evidencia ante la sociedad en general cuando se presentan las sequías de invierno y primavera y las inundaciones de verano y otoño. Pero con el paso del tiempo la memoria se pierde. Más nos vale tomarlo en serio y realizar los cambios estructurales sustantivos necesarios en las políticas de desarrollo para incorporar los criterios de sustentabilidad ambiental, social y económica, prevenir los desastres y adaptarnos a las condiciones hidrometeorológicas extremas, sobre todo ante las inevitables condiciones nuevas que el cambio climático está generando; esta situación que hoy parece extrema, podría llegar a ser la realidad cotidiana de un futuro no lejano.

Si somos capaces de aprender las lecciones, entonces tocaría ahora prever lo que vendrá en los próximos meses antes de iniciar las lluvias. La prolongada sequía, aunada a las recientes heladas tardías de febrero, es la antesala de los incendios forestales.

La estadística demuestra que la mayoría de los incendios forestales está vinculada a las actividades agropecuarias. El fuego se utiliza en la agricultura para transformar los ecosistemas naturales en agrosistemas, quitar los rastrojos de la cosecha previa y preparar la tierra para el cultivo y, en la ganadería, para promover el rebrote de pastos forrajeros y eliminar plagas y malezas. La pérdida de control en el uso del fuego y la falta de observancia de la normatividad que aplica para esta acción provocan los incendios.

Es necesario recalcar que el fuego agropecuario se puede eliminar con paquetes tecnológicos, simples y adecuados a las condiciones naturales, que articulan los sistemas productivos agrícolas, pecuarios y forestales. Es cierto que estas tecnologías implican el aumento, en un inicio, de los costos de producción, lo cual, generalmente, el campesino no está en condiciones de absorber; por ello, es necesario aplicar estímulos económicos para su fomento mientras el sistema productivo madura y se convierte en sustentable.

Debido a que el origen del fuego proviene principalmente de las actividades agropecuarias corresponde a la Sagarpa actuar para disminuir los impactos nocivos del uso de este elemento y aún se está a tiempo para hacerlo: no han iniciado las quemas agropecuarias, los presupuestos están empezando a ejercerse, las partidas programáticas existen, la tecnología se conoce y no es ni compleja ni onerosa y, además, hay experiencias exitosas probadas. ¿Por qué no se extienden estas experiencias en el campo mexicano y evitamos la crónica de los desastres anunciados?

Fuente:Hemeroteca

 

 

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